6 abr 2020

La última semana de Jesús

La purificación del templo

Y les enseñaba [Jesús], diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Marcos 11:17

Apenas Jesús entró en Jerusalén, nos dice Marcos, y antes de emprender ninguna otra acción, fue al templo y estuvo ‘[mirando] alrededor todas las cosas’ (v. 11). Entonces, como ya era tarde, él y Los Doce salieron de la ciudad para pasar la noche. De esa manera, Jesús tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que había visto y le había molestado enormemente, es decir, la actividad comercial en el santuario de Dios, el centro mismo de la vida religiosa de Israel.

La actividad de los que cambiaban dinero se relacionaba con el impuesto de medio siclo que se entregaba en el templo, y con los mercaderes que vendían reses y ovejas para los sacrificios. Esta actividad lucrativa había sido monopolizada por los sumo sacerdotes, y había degenerado en la abusiva explotación de los peregrinos pobres. La casa de Dios se había convertido en una cueva de ladrones, como dijo Jesús citando a Isaías y a Jeremías. De modo que actuó con violencia premeditada. Juan dice que hizo un látigo de cuerdas, que obviamente usó sobre los animales (‘las ovejas y los bueyes’ [Juan 2:15]), no sobre los seres humanos. Además, dio vuelta las mesas que usaban los cambistas y los vendedores de palomas. También impidió que pasaran por los atrios del templo las personas que entraban con mercancías.

El retrato que los evangelistas están haciendo de Jesús ha incorporado otra perspectiva. Porque el Cristo que entró a Jerusalén cabalgando humildemente y que lloró sobre la ciudad por causa de su obstinada ceguera, ahora blande un látigo, símbolo de juicio. Solo después de que hemos visto las lágrimas en sus ojos estamos preparados para ver el látigo en su mano.

Para continuar leyendo: Marcos 11:15–18

Stott, J. (2013). Toda la Biblia en un año: Reflexiones diarias Desde Génesis hasta Apocalipsis.