La Cena del Señor
Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga.
1 Corintios 11:26, NVI
Durante la comida en el aposento alto Jesús tomó el pan, lo rompió, y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí’ (Lucas 22:19). Entonces, después de la comida tomó la copa de vino y se las dio diciendo ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama’ (Lucas 22:20). Estas son palabras y acciones de enorme significación, porque las dos expresan la visión que Jesús tenía de su propia muerte. Sobresalen tres verdades.
La primera de ellas es la centralidad de su muerte. Jesús estaba dando instrucciones sobre su servicio de recordación. Ellos debían comer pan y beber vino en memoria de él. Además, el pan no solo representaría su cuerpo vivo sino el cuerpo dado por ellos, y el vino a la sangre derramada por ellos. En otras palabras, ambos elementos hablarían de su muerte. Es decir que quería ser recordado por su muerte.
La segunda verdad que aprendemos de la Cena del Señor es el propósito de su muerte. Según Mateo, la copa representaba para Jesús ‘mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados’ (Mateo 26:28). Esta es la declaración verdaderamente extraordinaria de que mediante el derramamiento de su sangre en la muerte, Dios establecería el nuevo pacto prometido por medio de Jeremías (Jeremías 31), una de cuyas grandes promesas era el perdón de los pecados.
La tercera verdad que enseña la Cena del Señor concierne a la necesidad de apropiarnos personalmente de los beneficios de su muerte. En el aposento alto los discípulos no fueron solamente espectadores sino participantes. Jesús no solo partió el pan sino que se los dio para que lo comieran. De manera semejante, no solo sirvió vino en la copa sino que se las dio para que bebieran. También así, no fue suficiente que Cristo muriera; debemos apropiarnos de las bendiciones de su muerte. Comer y beber eran, y siguen siendo, una vívida parábola en la que recibimos a Cristo como nuestro Salvador crucificado y nos alimentamos de él por la fe en nuestro corazón.
Tal como la instituyó Jesús, evidentemente la Cena del Señor no se propuso como un acto de sentimentalismo y de ‘no me olviden’; más bien fue un drama de rico significado espiritual.
Para continuar leyendo: Jeremías 31:31–34
Stott, J. (2013). Toda la Biblia en un año: Reflexiones diarias Desde Génesis hasta Apocalipsis