3 nov 2020

LAS BENDICIONES EN EL MONTE SINAÍ - Moisés y el Éxodo

Las bendiciones en el monte Sinaí

Porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éxodo 19:5–6 

A los israelitas les llevó alrededor de tres meses llegar hasta el monte Sinaí para el encuentro que Jehová le había propuesto allí a Moisés. Una vez que acamparon al pie de la montaña, se quedaron en ese lugar alrededor de un año. En ese lugar Dios entregó a su pueblo redimido tres regalos preciosos: un pacto renovado, una ley moral y sacrificios de expiación.

Lo primero fue la renovación del pacto. Una y otra vez durante la historia de los patriarcas, Dios se había presentado a sí mismo como el Dios que había hecho un pacto con Abraham y lo había renovado con Isaac y con Jacob. El éxodo tuvo lugar porque él tenía presente su pacto. Pero ahora que el exilio había concluido y que tenían por delante la perspectiva de la tierra prometida, era apropiado confirmarlo o renovarlo. De modo que Dios le dijo a Moisés que le anunciara a Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos’ (vv. 4–5).

Segundo, Dios entregó a Israel una ley moral, la obediencia a esta ley sería la parte de Israel en ese pacto. En esencia consistía en los Diez Mandamientos, desarrollados y suplementados con otros estatutos. Nos ocuparemos de ellos dentro de algunos días. Tercero, Dios hizo una generosa provisión para remediar cualquier incumplimiento de su ley. Esta provisión implicaba la construcción del tabernáculo, la institución de un sistema de sacrificio y la designación del sacerdocio para administrarlo.

El sentido fundamental de estas disposiciones encerraba una gran paradoja. Por un lado, Dios dijo: ‘habitaré en medio de ellos’ (25:8). Pero por otro lado, no se permitía a nadie pasar al otro lado del velo hacia la parte interior del santuario en el tabernáculo, con excepción del sumo sacerdote, que debía hacerlo el Día de la Expiación, llevando consigo la sangre del sacrificio. El velo representaba de esta manera que Dios era inaccesible a los pecadores. Esta paradójica combinación de accesibilidad e inaccesibilidad fue eliminada por Cristo cuando el velo del templo se rasgó de arriba a abajo. Ahora todos estamos invitados a acercarnos a Dios por medio de Cristo.

Para continuar leyendo: Hebreos 10:19–25

Stott, J. (2013). Toda la Biblia en un año: Reflexiones diarias Desde Génesis hasta Apocalipsis