18 abr 2020

Las apariciones posteriores a la resurrección

María Magdalena

Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? … Jesús le dijo: No me toques. Juan 20:15, 17

‘Ha resucitado el Señor’ (Lucas 24:34). Este credo declara la verdad histórica y objetiva de la resurrección de Jesús. La tumba estaba vacía, y ninguna alternativa ha explicado jamás la desaparición del cuerpo. En segundo lugar, el Señor fue visto, y no fueron alucinaciones. Tercero, los discípulos estaban transformados. Solo la resurrección puede explicar el cambio de la duda a la fe, de la cobardía al coraje, de la tristeza al gozo.


Es maravillosa la providencia de Dios de que la primera persona a la que se mostró el Señor resucitado fuera una mujer, y también fuera la primera comisionada para proclamar la resurrección. ¿No es una intencional afirmación de la femineidad, en una época en que las mujeres no eran consideradas como testigos confiables? Esa mujer privilegiada fue María Magdalena. Los Evangelios no dicen mucho acerca de ella. Sabemos que permaneció junto a la cruz hasta el final y que siguió al cortejo hasta el huerto donde vio cómo dejaban a Jesús en la tumba. Unas treinta y seis horas después, ella y otras mujeres regresaron y encontraron a la tumba abierta y el cuerpo ausente. Corrieron para alertar a Pedro y a Juan. Estos corrieron a la tumba, y María Magdalena los siguió a paso más lento. Cuando ella llegó, ellos se habían marchado y se encontraba sola.

Juan pinta dos dramáticos camafeos. En el primero María Magdalena está llorando porque ha perdido al único hombre que alguna vez la trató con dignidad, con amor, con respeto. Ha perdido a la luz de su vida. Pero Jesús no la ha abandonado, como ella piensa. Está allí a su lado, resucitado, aunque ella no lo sabe. La segunda pintura muestra a María aferrada a él. Entonces Jesús le dice: ‘No me retengas, porque todavía no he ido a mi Padre’ (v. 17, BLP), ‘suéltame …’ (NVI). ¿Por qué Jesús invitó a los apóstoles a tocarlo, pero le prohibió a María que lo hiciera? La respuesta es que aferrarse y tocar son acciones diferentes. Los apóstoles fueron invitados a tocarlo para verificar que no era un fantasma; la razón por la que no se le permitió a María es que el gesto de ella simbolizaba un tipo equivocado de relación. Debía aprender que no podía retomar la misma amistad de la que había disfrutado antes. Una vez que hubiera ascendido, entonces sería posible un nuevo tipo de relación.

Al contemplar a María llorando y a María aferrada a Jesús, vemos los dos errores opuestos que cometió. Lloró porque creía que lo había perdido para siempre. Y se aferró a él porque pensó que lo había recuperado en la misma condición en que antes lo había tenido.

Para continuar leyendo: Juan 20:10–18

Stott, J. (2013). Toda la Biblia en un año: Reflexiones diarias Desde Génesis hasta Apocalipsis