Jesús le dijo: Vuelve a tu casa; tu hijo ya está bien.
Aquel hombre creyó lo que Jesús le había dicho y se fue. Cuando regresaba a su casa, le salieron al encuentro
sus criados para comunicarle que su hijo estaba curado. — Juan 4.50–51 (La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
La fe es profunda cuando es sincera y sencilla. Una fe así no es que proceda de la ingenuidad, tampoco de la ignorancia; es la respuesta espontánea del alma que sabe que la vida va de prisa y que las adversidades se presentan sin aviso. Es fe, no optimismo.
El oficial de la corte tenía un hijo enfermo y buscó a Jesús para que lo sanara. El Señor lo recibió, escuchó su plegaria y le dijo, así no más, que regresara a su casa que ya todo estaba bien. Y “aquel hombre creyó”. ¿Qué significa creer?
¿Creer es intuir algo sin que se tenga mucha exactitud? ¿Es dar por cierto lo que prescribe el catecismo oficial de una iglesia? Si esto fuera tener fe, razón tienen, entonces, los que la han perdido.
La fe es, ante todo, una manera de estar en el mundo; de interpretar la realidad, de percibir los acontecimientos de la vida desde la perspectiva de Dios. Creer es tener una nueva mirada acerca del éxito y del fracaso, de la vida y la muerte, del servicio y del sacrificio, de la salud y la enfermedad; de todo cuanto somos, tenemos y aspiramos, para nosotros y para el mundo en el que vivimos.
Gracias a su fe, el padre del joven regresó a su casa lleno de esperanza. Había escuchado las palabras de Jesús y decidió aceptarlas. En esa aceptación se encuentra el secreto de su fe: supo cuál era la voz que había que seguir y decidió vivir de acuerdo con ella. Esa voz (que es revelada) transformó su realidad de sufrimiento y angustia.
Tener fe en Dios es reconocer su voz como la guía suprema, comprender la vida de acuerdo con lo que ella nos indica y actuar en consonancia con lo que nos enseña.
Para seguir pensando
“Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”.
— Teresa de Jesús (1515–1582)
Vale que nos preguntemos
¿De qué manera la fe que digo tener afecta mi manera de vivir? ¿Cómo es que esa fe me permite darle significado a la realidad de una manera diferente?
Oración
Señor y Dios, cada día escucho muchas voces; son muchas y atractivas. Yo decidí seguir tu voz. Dame el valor para seguirla siempre, para ver el mundo como tú lo ves y para actuar de acuerdo con tu voluntad que es justa y buena. Amén.
Segura, Harold. En el Camino con Jesús