El fariseo, de pie, oraba así:
«Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy
como ese cobrador de impuestos. Ayuno dos veces
por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano». — Lucas 18.11–12
La religión no siempre es tan noble como se supone. En muchos casos fomenta el fanatismo, en otros alimenta el orgullo (hace creer que nuestra fe es única y absoluta… y que la de los demás es un camino de perdición) y, en ciertas ocasiones, impide que el creyente desarrolle su personalidad de manera saludable, ya que logra esconder sus desequilibrios entre la abstracción de un discurso trascendental. Esto sin hablar de aquellos casos en los que la religión se pone al servicio de la legitimación de las ideologías políticas.
Pero la religión puede también estar muy bien orientada y ser fuente de salud y de bondad cuando sirve como fuente de sentido, esperanza y consuelo. Cuando promueve la comprensión, alienta la paz o se compromete con la convivencia humana. Cuando ama a Dios y sirve al prójimo.
En la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (Lucas 12.10–14), Jesús nos presenta con fino estilo pedagógico el enorme daño que ocasiona la religión puesta al servicio de los caprichos humanos. Cuando esto sucede, la fe degenera en intransigencia extrema.
El fariseo, fiel guardador de las normas del Templo, llegó a creer que su religión lo había hecho mejor que los despreciables recaudadores de impuestos. Era lógico creerlo porque estos eran ladrones, y él nunca había robado; eran malvados, y él ayunaba y pagaba el diezmo a tiempo; eran adúlteros, y él conservaba con celo estricto la moralidad sexual dictada por su credo. Y, ¡el colmo!, este discurso de autoengaño fue incorporado en su plegaria: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás…”.
Con una fe así, corremos el riesgo de convertirnos en personas arrogantes y ciegas ante las fallas de nuestro propio corazón; caemos en la trampa de nuestra falsa santidad.
Para seguir pensando
“No parece que judaísmo y cristianismo vayan a morir de éxito, sino que les queda mucho camino por andar. Pero para recorrerlo tienen que convertirse en religiones proactivas, y no reactivas, capaces de articularse sabiamente con la ética cívica y de anticipar desde sus raíces el mundo futuro”
— Adela Cortina (filósofa española)
Vale que nos preguntemos
¿Cuáles son algunos riesgos que tiene la fe que profeso? ¿Cómo puedo hacer que mi fe apoye mi desarrollo humano integral y promueva la plenitud de la vida para todas las personas?
Oración
¡Oh Dios! Te doy gracias porque puedo reconocer que no soy una persona mejor que las demás. Ahondando en la profundidad de mi propio corazón descubro mis faltas. Te agradezco por recibirme como soy. Dame la gracia de amar y aceptar a los demás como tú me aceptas y me amas. Amén.
Segura, Harold. En el Camino con Jesús